Como una pequeña niña inocente del mundo que la rodea, correr y correr sin parar por los mas grandes senderos que se encuentran en las montañas, correr con sus zapatitos de charol, reír, jugar...tirarse a mirar las nubes, sus formas, los colores que le da el sol, columpiarse en el viejo columpio que ha ido de generación en generación. Subirse a los arboles, sacar guindas, ensuciar aquel vestido celeste, y por las noches observar el cielo que no es oscuro al encontrarse iluminado por infinitas estrellas, y finalmente pedir cientos de deseos a cada estrella fugaz que pasa, dormirse tranquilamente, para al siguiente día seguir siendo aquella pequeña niña que tanto disfruta de las simplezas del paisaje.
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